lunes, 22 de junio de 2009
A mi hermano...
El Encantador de rayos
Era una tarde de verano tan azul que la señora Katarina, lectora de profesión, se preguntó por un momento si su marido habría empezado a perder facultades.La inquietante idea le sobrevino en el momento inmediantamente anterior a morder una galleta de chocolate y avellana, mientras ojeaba un libro ilustrado sobre la moda femenina de finales del S. XIX en el cual las mujeres habían sido sustituídas por galgos de expresión alegre y coqueta. No habían llegado las primeras migas a caer sobre una pamela violeta con motivos florales cuando oyó el inconfundible crepitar que precede a un gran trueno. La señora Katrina tosió al atragantarse con la galleta (pues siempre que leía comía de forma impulsiva, sin apenas masticar) y su tosido retumbó por todo el salón, por el valle donde estaba su pequeña cabaña, por las colinas que les separaban de la ciudad, y puede que incluso por la ciudad.
-¡El bigote de Proust!, exclamó cuando pensó en la magnitud del rayo que habría provocado aquel estruendo (aunque también por la vergüenza que le producía el haber dudado de su marido, el anciano Josué) y riendo alegremente dádose palmadas en la frente se acercó a la libería del fondo del salón y cogió "por el camino de Swam" , ojeó su cubierta y le dijo :
-Hoy no te escapas, monstruito:es el día...Sentándose sobre la alfombra peluda se dispuso a leer el único libro que había conseguido llenar su alma de esteta de incógnitas y sobresaltos insalvables.
Ya hacía un buen rato que la señora Katrina leía bajo la luz de una vela, cuando oyó cómo la puerta de la entrada se abría lentamente. Una risa de comensal satisfecho, de maquinista cuyo tren se ha echado a volar, de gorrión de dos toneladas, anunció la llegada del anciano Josué, El Encantador de Rayos.
-¿Oíste a la bestia, mujer?, dijo entrando al salón, el pelo encrespado, la ropa hecha jirones y los ojos brillando en medio de un rostro negro como las nubes con que acababa de batallar.
-Oh, sí, sí, sí...
-¿Eso es todo? Era infernal, una verdadera serpiente de fuego.¡He bailado con Zeus y le hecho la zancadilla cuando esperaba un beso!, dijo con los brazos en jarra. Abandonando su aventura de alta sociedad y refinados sentimientos , la señora Katrina se incorporó y contempló a aquel hombre que suplicaba aprobación con cada músculo de su cuerpo.
-Mi tiempo de gladiador, mi salvaje de ojos puros y honestos , le susurró besándole en la mejilla y mesándole la barba cana. Viendo que sus ojos se entornaban adoptando esa forma peculiar de cachorro hambriento de calor, le guió, con un enérgico tirón de mano, hacia el baño.
Más tarde, la pareja se hallaba en la bañera bebiendo a pequeños sorbos un té oscuro y fuertemente aromatizado, regalo de un amigo indio de Josué, y escuchando la voz rota de Johny Cash, cuando el cazador de rayos se irguió sobre el respaldo y , con voz serena , reconoció:
- Ya no estamos en el mundo.En un valle, en un agujero, en una boca que traga sin masticar...Ahí estamos Katrina.
-Bueno, bueno...
-El Dios de la Miseria, quees el único Dios en el que creo (porque lo he visto), puede decirlo: he luchado, maldita sea, contra los piojos, la apatía, el cemento. la crueldad, el desencuentro, la estupidez...Y ahora estoy aquí, repantingado y chocho, complaciéndome de mi increíble sabiduría. Si no fuera por ti ya estaría muerto.
-No eres tan sabio. Alguien sabio no se creería el único dueño de su destino, dijo la señora Katrina recogíendose el pelo húmedo y saliendo de la bañera. Josué, admirando el cuerpo de carnes aún prietas y músculos ágiles de su compañera se echó a reir, una risa de orgullo herido, más catártica que cualquier cataclismo.
viernes, 19 de junio de 2009
Takeshi Kitano
Horacio Silvestre Quiroga Forteza +
Obras publicadas
Los arrecifes de coral (poesía, 1901)
El crimen del otro (cuentos,1904)
El almohadon de plumas (cuento 1907)
Historia de un amor turbio (novela, 1908)
Cuentos de amor de locura y de muerte (cuentos, 1917)
Cuentos de la selva (cuentos, 1918)
El hombre muerto (cuento, 1920)
El salvaje (cuentos, 1920)
Las sacrificadas (teatro, 1920)
Anaconda (cuentos, 1921)
El desierto (cuentos, 1924)
La gallina degollada(cuentos, 1925)
Los desterrados (cuentos, 1926)
Pasado amor (novela, 1929)
Suelo natal (libro de lectura para cuarto grado, 1931, en colaboración con Leonardo Glusberg)
Más allá (cuentos, 1935)
El sillon del dolor (cuentos, 1937)
Amor de Madre (cuento,1939)
Más información: http://es.wikipedia.org/wiki/Horacio_Quiroga
13/01/2009
El hombre muerto[Cuento. Texto completo]
Horacio Quiroga
El hombre y su machete acababan de limpiar la quinta calle del bananal. Faltábanles aún dos calles; pero como en éstas abundaban las chircas y malvas silvestres, la tarea que tenían por delante era muy poca cosa. El hombre echó, en consecuencia, una mirada satisfecha a los arbustos rozados y cruzó el alambrado para tenderse un rato en la gramilla. Mas al bajar el alambre de púa y pasar el cuerpo, su pie izquierdo resbaló sobre un trozo de corteza desprendida del poste, a tiempo que el machete se le escapaba de la mano. Mientras caía, el hombre tuvo la impresión sumamente lejana de no ver el machete de plano en el suelo.
Ya estaba tendido en la gramilla, acostado sobre el lado derecho, tal como él quería. La boca, que acababa de abrírsele en toda su extensión, acababa también de cerrarse. Estaba como hubiera deseado estar, las rodillas dobladas y la mano izquierda sobre el pecho. Sólo que tras el antebrazo, e inmediatamente por debajo del cinto, surgían de su camisa el puño y la mitad de la hoja del machete, pero el resto no se veía.
El hombre intentó mover la cabeza en vano. Echó una mirada de reojo a la empuñadura del machete, húmeda aún del sudor de su mano. Apreció mentalmente la extensión y la trayectoria del machete dentro de su vientre, y adquirió fría, matemática e inexorable, la seguridad de que acababa de llegar al término de su existencia. La muerte. En el transcurso de la vida se piensa muchas veces en que un día, tras años, meses, semanas y días preparatorios, llegaremos a nuestro turno al umbral de la muerte. Es la ley fatal, aceptada y prevista; tanto, que solemos dejarnos llevar placenteramente por la imaginación a ese momento, supremo entre todos, en que lanzamos el último suspiro. Pero entre el instante actual y esa postrera expiración, ¡qué de sueños, trastornos, esperanzas y dramas presumimos en nuestra vida! ¡Qué nos reserva aún esta existencia llena de vigor, antes de su eliminación del escenario humano! Es éste el consuelo, el placer y la razón de nuestras divagaciones mortuorias: ¡Tan lejos está la muerte, y tan imprevisto lo que debemos vivir aún! ¿Aún...?
No han pasado dos segundos: el sol está exactamente a la misma altura; las sombras no han avanzado un milímetro. Bruscamente, acaban de resolverse para el hombre tendido las divagaciones a largo plazo: se está muriendo. Muerto. Puede considerarse muerto en su cómoda postura. Pero el hombre abre los ojos y mira. ¿Qué tiempo ha pasado? ¿Qué cataclismo ha sobrevivido en el mundo? ¿Qué trastorno de la naturaleza trasuda el horrible acontecimiento?
Va a morir. Fría, fatal e ineludiblemente, va a morir.
El hombre resiste -¡es tan imprevisto ese horror!- y piensa: es una pesadilla; ¡esto es! ¿Qué ha cambiado? Nada. Y mira: ¿no es acaso ese el bananal? ¿No viene todas las mañanas a limpiarlo? ¿Quién lo conoce como él? Ve perfectamente el bananal, muy raleado, y las anchas hojas desnudas al sol. Allí están, muy cerca, deshilachadas por el viento. Pero ahora no se mueven... Es la calma del mediodía; pero deben ser las doce. Por entre los bananos, allá arriba, el hombre ve desde el duro suelo el techo rojo de su casa. A la izquierda entrevé el monte y la capuera de canelas. No alcanza a ver más, pero sabe muy bien que a sus espaldas está el camino al puerto nuevo; y que en la dirección de su cabeza, allá abajo, yace en el fondo del valle el Paraná dormido como un lago. Todo, todo exactamente como siempre; el sol de fuego, el aire vibrante y solitario, los bananos inmóviles, el alambrado de postes muy gruesos y altos que pronto tendrá que cambiar...
¡Muerto! ¿pero es posible? ¿no es éste uno de los tantos días en que ha salido al amanecer de su casa con el machete en la mano? ¿No está allí mismo con el machete en la mano? ¿No está allí mismo, a cuatro metros de él, su caballo, su malacara, oliendo parsimoniosamente el alambre de púa? ¡Pero sí! Alguien silba. No puede ver, porque está de espaldas al camino; mas siente resonar en el puentecito los pasos del caballo... Es el muchacho que pasa todas las mañanas hacia el puerto nuevo, a las once y media. Y siempre silbando... Desde el poste descascarado que toca casi con las botas, hasta el cerco vivo de monte que separa el bananal del camino, hay quince metros largos. Lo sabe perfectamente bien, porque él mismo, al levantar el alambrado, midió la distancia.
¿Qué pasa, entonces? ¿Es ése o no un natural mediodía de los tantos en Misiones, en su monte, en su potrero, en el bananal ralo? ¡Sin duda! Gramilla corta, conos de hormigas, silencio, sol a plomo... Nada, nada ha cambiado. Sólo él es distinto. Desde hace dos minutos su persona, su personalidad viviente, nada tiene ya que ver ni con el potrero, que formó él mismo a azada, durante cinco meses consecutivos, ni con el bananal, obras de sus solas manos. Ni con su familia. Ha sido arrancado bruscamente, naturalmente, por obra de una cáscara lustrosa y un machete en el vientre. Hace dos minutos: Se muere.
El hombre muy fatigado y tendido en la gramilla sobre el costado derecho, se resiste siempre a admitir un fenómeno de esa trascendencia, ante el aspecto normal y monótono de cuanto mira. Sabe bien la hora: las once y media... El muchacho de todos los días acaba de pasar el puente.
¡Pero no es posible que haya resbalado...! El mango de su machete (pronto deberá cambiarlo por otro; tiene ya poco vuelo) estaba perfectamente oprimido entre su mano izquierda y el alambre de púa. Tras diez años de bosque, él sabe muy bien cómo se maneja un machete de monte. Está solamente muy fatigado del trabajo de esa mañana, y descansa un rato como de costumbre. ¿La prueba...? ¡Pero esa gramilla que entra ahora por la comisura de su boca la plantó él mismo en panes de tierra distantes un metro uno de otro! ¡Ya ése es su bananal; y ése es su malacara, resoplando cauteloso ante las púas del alambre! Lo ve perfectamente; sabe que no se atreve a doblar la esquina del alambrado, porque él está echado casi al pie del poste. Lo distingue muy bien; y ve los hilos oscuros de sudor que arrancan de la cruz y del anca. El sol cae a plomo, y la calma es muy grande, pues ni un fleco de los bananos se mueve. Todos los días, como ése, ha visto las mismas cosas.
...Muy fatigado, pero descansa solo. Deben de haber pasado ya varios minutos... Y a las doce menos cuarto, desde allá arriba, desde el chalet de techo rojo, se desprenderán hacia el bananal su mujer y sus dos hijos, a buscarlo para almorzar. Oye siempre, antes que las demás, la voz de su chico menor que quiere soltarse de la mano de su madre: ¡Piapiá! ¡Piapiá!
¿No es eso...? ¡Claro, oye! Ya es la hora. Oye efectivamente la voz de su hijo... ¡Qué pesadilla...! ¡Pero es uno de los tantos días, trivial como todos, claro está! Luz excesiva, sombras amarillentas, calor silencioso de horno sobre la carne, que hace sudar al malacara inmóvil ante el bananal prohibido.
...Muy cansado, mucho, pero nada más. ¡Cuántas veces, a mediodía como ahora, ha cruzado volviendo a casa ese potrero, que era capuera cuando él llegó, y antes había sido monte virgen! Volvía entonces, muy fatigado también, con su machete pendiente de la mano izquierda, a lentos pasos. Puede aún alejarse con la mente, si quiere; puede si quiere abandonar un instante su cuerpo y ver desde el tejamar por él construido, el trivial paisaje de siempre: el pedregullo volcánico con gramas rígidas; el bananal y su arena roja: el alambrado empequeñecido en la pendiente, que se acoda hacia el camino. Y más lejos aún ver el potrero, obra sola de sus manos. Y al pie de un poste descascarado, echado sobre el costado derecho y las piernas recogidas, exactamente como todos los días, puede verse a él mismo, como un pequeño bulto asoleado sobre la gramilla -descansando, porque está muy cansado.
Pero el caballo rayado de sudor, e inmóvil de cautela ante el esquinado del alambrado, ve también al hombre en el suelo y no se atreve a costear el bananal como desearía. Ante las voces que ya están próximas -¡Piapiá!- vuelve un largo, largo rato las orejas inmóviles al bulto: y tranquilizado al fin, se decide a pasar entre el poste y el hombre tendido que ya ha descansado.
Fuente: http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/quiroga/hombremu.htm
El cortometraje "EL HOMBRE MUERTO" dirigido por nuestro director Julián Goyoaga ha sido seleccionado a participar en el Festival de Cine de Rotterdam. http://www.filmfestivalrotterdam.com "El Hombre Muerto" es una adaptación de el cuento de Horacio Quiroga. Está protagonizado por Roberto Suarez.
Fuente: http://www.paristexas.com.uy/
jueves, 18 de junio de 2009
Horacio Quiroga...
EL ALMOHADÓN DE PLUMAS
(Cuentos de amor, de locura y de muerte, (1917)
Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer. Durante tres meses —se habían casado en abril— vivieron una dicha especial. Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre. La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso —frisos, columnas y estatuas de mármol— producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono hubiera sensibilizado su resonancia. En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido. No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose, y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra. Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos. —No sé —le dijo a Jordán en la puerta de calle, con la voz todavía baja—. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada.. . Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida. Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda la luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pesos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección. Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego a ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos, no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor. —¡Jordán! ¡Jordán! —clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra. Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror. —¡Soy yo, Alicia, soy yo! Alicia lo miró con extravió, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando. Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos. Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor. —Pst... —se encogió de hombros desalentado su médico—. Es un caso serio... poco hay que hacer... —¡Sólo eso me faltaba! —resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.Alicia fue extinguiéndose en su delirio de anemia, agravado de tarde, pero que remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas alas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama, ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha. Perdió luego el cocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán. Murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón. —¡Señor! —llamó a Jordán en voz baja—. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre. Jordán se acercó rápidamente Y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras. —Parecen picaduras —murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación. —Levántelo a la luz —le dijo Jordán. La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban. —¿Qué hay? —murmuró con la voz ronca. —Pesa mucho —articuló la sirvienta, sin dejar de temblar. Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandos: —sobre el fondo, entre las plumas, moviendo lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca —su trompa, mejor dicho— a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón había impedido sin dada su desarrollo, pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia. Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.
El Almohadon de Plumas Animación
Cubierta de la edición de Losada de la obra de Quiroga, ilustrada por K. Maddonni
Cortometraje ganador del Festival de Cannes 2008. Ganador de 2 Oscars como mejor dirección y mejor cortometraje extranjero. Adaptacion al cuento de Horacio Quiroga
Enlace audiolibro:
http://www.albalearning.com/audiolibros/quiroga_elalmohadon.html
GT Productions presents The Feather Pillow - based on the short story by Horacio Quiroga http://www.youtube.com/watch?v=S7p3HzrS_Yw&feature=related
viernes 20 de marzo de 2009
HISTORIETA UNITARIA "EL ALMOHADÓN DE PLUMAS"
Enlace: http://fuchibayugar.blogspot.com/2009/03/historieta-unitaria-el-almohadon-de.html
LA GALLINA DEGOLLADA
En julio de este año se cumple el 40 aniversario de la llegada del hombre a la Luna.
http://www.nasm.si.edu/events/apollo11/
ARES MUSICA : Escuchar y descargar música y canciones online
Fuente: http://lascosasgratis.blogspot.com/
Morodo: "Tu eres como el fuego". Descubrí esta canción gracias a mi hijo, Álex.
http://www.myspace.com/morodostyle
http://www.morodostyle.com/
Discografía:
http://es.wikipedia.org/wiki/Morodo
"SOUCHI-LA ESENCIA"(LP) (Funkdamental, 1999)
"OZMLStayl" (LP) (Fünkdamental, 2001)
"Yo Me Pregunto" (Maxi) (Taifa Records, 2004)
"Cosas Que Contarte" (LP) (Taifa Records, 2004)
Colaboraciones
Souchi "La esencia" (2000)
Maese KDS "Viviendo y aprendiendo" y "Te tengo calao"(2001)
Paco Camaleón "Yo me levanto" (2001)
La Jet Set Connexion "Sin escape" (2002)
Trovadores de la lírica perdida "Filosofía de barra" (2002)
Makamersim "Original dancehall" (2002)
Dharmakarma "Dharmakarma" (2002)
Souchi "La esencia 2002" (2002)
Kamikaze by axel "''Bien sobre mal: GanjaParty + BluePrint" (2003)
995 "Kompetición" (2003)
Picolo "Soltaron los perros" (2004)
Jota Mayúscula "Una vida xtra" (2004)
Newton "Para que mis noches en vela no sean en vano" (2004)
Kamikaze "Bien sobre mal vol. 2: Ojos rojos + Black rain + Al'Andalus" (2004)
La Meka 55 "Y yo feliz" (2004)
Bombo Records "K2: Kompetición 2" (2004)
Meko "Zona de guerra" (2004)
Indica Sound "Tu eres como el fuego" (2005)
SFDK "Esta canción va dedicada" "2005" (2005)
Varios "Tiempo de kambio" (2006)
Jota Mayúscula "Camaleón" (2006)
Kultama "te dejo la ciudad"(nacional e importación 2006)
Falsalarma "ley de vida" (2008)
Donpa "pequeñas cosas"(2008)
Falsalarma " Fieles con lo vivido " (2008)
Little Pepe "long time"(2008)